Muchas imprecaciones, arrebatos y quizá por ahí, alguna idea que valga la pena

lunes, julio 24, 2006

¿Acaso es esto revolución?


"A cada momento veían la promesa del fracaso en la mirada de los demás, en los cabecesos y sonrisas de disculpa cuando se despedían y en la espasmódica premura con que montaban en sus respectivos coches y volvían a casa, donde probablemenmte les esperaban promesas de fracaso más antiguas y menos explícitas"

Cuando se tuvo por fin la imprescindible reparación de publicar nuevamente Vía Revolucionaria, novela escrita por Richard Yates (1926-1992), el gran Richard Ford escribió en su prólogo a la reedición que abordar esta novela producía la misma sensación que mirar a través de la cerradura con espantoso regocijo, comprobar que lo que hay al otro lado es aún peor de lo que se imagina y sólo un momento después percatarse que lo que se mira es a fin de cuentas un espejo.


Vía Revolucionaria es un acto insano de violencia que remueve todo el humus que subyace a la vida de una clase irremediablemente envuelta en la cómoda complacencia, el tedio, el patetismo del fisgoneo, la descomposición de sus vidas, y la pérdida en síntesis de toda capacidad de transgresión.


Hubo muchos cronistas de la tumultuosa existencia de los suburbios, de la desasosegada vida urbana. John Cheever sin ir más lejos, fue magnífico al llevar sus personajes por el descalabro emocional y moral pero, al fin y al cabo, obteniendo algo similar a la redención. En Yates en cambio, hay demasiada crueldad, y una negación de recuperar algo del mucho terreno perdido.


El pan de cada día
Yates quiso retratar la almidonada decadencia percibible en Estados Unidos durante los años de posguerra. Arropados en una falsa ilusión de prosperidad ascéptica y permanente, las castas pequeño burguesas se entegaron a un continuum de vacuidad emocional e intelectual, terminando destrozados por la desesperanza y la cobardía de no enfrentar la ruinosidad de sus vidas. Esta premisa, una cruda experiencia de exorcismo sociológico sigue sin perder un ápice de validez a más de cuarenta años de su publicación original.

Ese tipo de vida incubado por la posguerra no es otra cosa que nuestra forma de vida actual, que tiende aún más que en épocas pretéritas a embozar las auténticas necesidades humanas filtrándolas por medio de otras razones como la conveniencia, el esnobismo siendo empujadas por una maquinaria de impiedad social ya puesta en marcha y sin vuelta atrás.


Cuesta hallar una novela escrita -salvo Viaje al fin de la noche, por ejemplo- con tanta rabia y tan poca compasión como Vía Revolucionaria. Gracias a una biografía que hace algún tiempo ha comenzado a dar vueltas, sabemos que Richard Yates expresó en su narrativa parte no menor de su frustración, haciendo patente su destreza casi paródica de autodestrucción. Su vida estuvo marcada por sonantes fracasos y esta visión mutilada es la que infiltra cada renglón de su novela más aplaudida.


Vía Revolucionaria es un texto sobre la decadencia tanto de un individuo como de una sociedad y quizá su rasgo más espeluznante es que sus protagonistas no son decrépitos ancianos ya agotados que pasan sus últimos días en completo letargo. No, por el contrario, aquí las familias aludidas frisan apenas los 30 años; algo demoledor. Como anunció el mismo Yates esta novela es "una sucesión de abortos de todo tipo".


Hay que agradecer la reedición de esta novela en castellano por parte de Emecé. Aparte de descubrir un antecedente de las plumas de Carver y Ford, estamos frente a un escritor de valentía inaudita, de prosa feroz, y de una lucidez que hace doler el estómago. Gran y brutal literatura.

martes, julio 18, 2006

Humano, demasiado humano


Es tarea ardua hacer cine de género por estos días. Tomar la modalidad de estilo y ética de una expresión cinematográfica que, pongámoslo, lleva al menos ochenta años regurgitando una y otra vez, y aún así darse el gusto de filmar una obra maestra es para tomárselo con calma y atención.

Cierto es que el western, un género que ha apostado como ningún otro en poner al hombre al borde del hito que lo separa de la bestialidad, arriesgando la piel y exhibiendo todo aquello que hace hincapié en la descomposición social y personal de individuos ya enajenados. No menos exacto es que lejos están los tiempos de Ford y Hawks y de obras maestras como “The Searchers”. El último punto aparte fue “The Unforgiven”, genialidad que firmó Clint Eastwood hace ya quince años

Civilizaré esta tierra maldita….

Pero, oh gratísima sopresa, desde las tierras oceánicas de Australia ha llegado este 2006, en DVD por supuesto, “The Proposition”, película dirigida con pulso de maestro por un –para nosotros desconocido- John Hillcoat y con un guión simplemente perfecto escrito por Nick Cave quien, como sus maestros Leonard Cohen y Bob Dylan, se las arregla para que la música no baste para expresar todas sus motivaciones.

En rasgos gruesos, The Proposition se contextualiza en la Australia finisecular del siglo XIX. En esos años, la isla era poco más que el último paradero para sicarios, delincuentes y asesinos de todo tipo que pululaban por el Imperio Británico. Un espacio de crueldad, indefensión y violencia casi metafísica. El comisario de un pueblo maldito decide que tomará la imposible misión de civilizar esa tierra podrida y comenzará su saga dado caza a la familia de delincuentes más legendarios y brutales de la región, quienes no tuvieron empacho en asesinar con saña indecible a una mujer embarazada. No es necesario abundar más en la historia que cuenta la película.

Las virtudes de “The Proposition”, muchas, comienzan por la capacidad del director en rescatar la desolación y hostilidad del espacio físico literalmente hirviendo que rodea el devenir de la historia. El ambiente opresivo, torvo pero casi epifánico, da el tono con una historia devastadora y memorable. Esa sensación permanente de desgarro y perdición se refuerza con una banda sonora compuesta por el mismo Nick Cave, especialista de siempre en la música de las zonas sombrías y espectrales.

En cuanto al reparto, se destacan –era que no- las participaciones de Emily Watson, Ray Winstone, el maravilloso John Hurt y en uno de los roles protagónicos a un más que correcto Guy Pearce.

Es muy posible que, de estar vivos, Peckinpah, Leone o Ford no dudarían un tris en elegir a “The Proposition” su película del año. Quizá hasta hubiesen invitado a Cave o Hillcoat a colaborar en una producción tan o más deslumbrante que esta magisterio de género que nos ha llegado de Ultramar.

jueves, julio 13, 2006

Brebajes calientes para estas noches muy frías

Sí, pasó la lluvia pero ya deben imaginarse el frío de padre y señor mío que se nos vendrá encima. Qué mejor tónico que unas buenas dosis de soul, frenético y tórrido, que nos devuelvan el alma al cuerpo. Hay de todo: padres tutelares, leyendas de última hora y hasta un conguero desatado que le puso demasiada malicia al ron.




Otis Redding- The Dictionary of Soul 1966
Sí, fue Otis Blue, antecesor al elepé aquí citado, la obra fundacional del flamígero Otis. Es quizá el disco de soul más influyente de la decada -a propósito, que yo sepa ni Jagger y Richards reconocen que Sticky Fingers es su personal homenaje al "Otis Blue". Pero "Dictionary of Soul" es el disco más completo, satisfactorio y ecléctico firmado por el volcán sureño. Sigue bajo la producción del brujo Isaac Hayes y el soporte lo dan como de costumbre los impecables Booker T & the MG's. El sonido áspero, preciso y arenoso del álbum predecesor se ha suavizado en pos de un tono menos urgente y por ende más sutil, sofisticado, elegante y enternamente majestuoso. Como prueba su versión de "Day Tripper": el arte de la reconstrucción.




James Carr- You Got My Mind Messed Up 1966.
James Carr es el gran "lost soulman" del sur norteamericano. Lo tenía todo; una voz profunda y estremecedora, las canciones, los arreglos y el sonido; pero como tantas veces este fue el caso de un hombre no destinado para pasar a la palestra de los consagrados. Sus constantes estados depresivos, su creciente paranoia arriba de un escenario y la bancarrota declarada a fines de los sesenta por su sello, nos privaron de una carrera que sólo despegó a medias. Gran testimonio de sus maneras es este "You Got My Mind Messed Up", que incluye el extraordinario "Dark end of the street". Es quizá el único soulero que puede al menos acercarse a las cotas de torbellino vocal de Redding. Un gran descubrimiento para los que veneran la honestidad y fuerza de la música hecha con las entrañas.




Donny Hathaway- "Everything is Everything" 1970. Imaginemos a Curtis Mayfield interpretando el What's Going On" de Marvin Gaye. Músico de desenlace triste, se suicidó en 1977, Hathaway nos legó este maravilloso elepé fechado en 1970. Donny fue un perfecto filtro para todas las tendencias negras que se daban cita en el cruce de décadas. Soul ejemplar, condimentos gospel, percusiones latinas y blues, dentro de una obra exquisita sustentada en arreglos impactantes y- era que no- intepretado con una sensibilidad y belleza únicas.






Ray Barreto- Acid 1967.
Llamado pos sus pares "el conguero mayor", Ray Barreto desarrolló una carrera afincado en la salsa pero mirando de vez en cuando hacia otras vertientes. La mejor muestra es este disco publicado en 1967 en que el portorriqueño Barreto le da por los híbridos en que el género gobernante es el boogaloo: una mezcla bastarda, peligrosa y callejera de soul, r&b y salsa. Como se canta en la canción que abre el disco "pa' todos los que quieran gozar el nuevo Barreto los invita a bailar". Con bronces y percusiones tan fuerda de borda -y casi excesivo en groove- no queda otra que salir a la pista.

martes, julio 11, 2006

Wouldn't you miss me?



Es cierto que vivía casi en un estado de suspensión animada. No tenemos siquiera la suerte de hablar de un hombre que había logrado superar un letargo de años de confusión, que tuvo finalmente una segunda oportunidad de recuperarse y demostrar que aún albergaba en su mente ruinosa por lo menos algo de la belleza que nos deparó antaño. No, lamentablemente este no es el caso. Syd Barret, el genio musical piscodélico, el mismo loco maravilloso que un día se extravió para siempre en las profundidades de una mente hecha pedazos por el ácido y la esquizofrenia latente, murió en la casa de sus padres en Oxford a los sesenta años, por causa de un cáncer.

Durante treinta años, Barret vivió en el silencio de la postración, envejeciendo sin matiz alguno y ya sin recordar siquiera que él alguna vez fue un artista, un pionero, y que en un mundo en el que ya no podía colocar la vista su influencia se expandía extraordinariamente.

Es una noticia que estristece principalmente por esto. Porque no podamos despedir a Syd como un genio en actividad o como alguien que pudo mantener su legado vivo hasta sus horas postreras. Su lucidez ya se había apagado hace tiempo y su deceso es sólo el momento más idóneo para bajar la cabeza y rumiar el desperdicio que significó que un tipo como él echase por la borda tanto tiempo y que él ni siquiera se enterase de algo más que ir a depositar la basura al cubo de desechos.

Pero también es preferible recordar su época como magnífico prestidigitador, su corta y deslumbrante gloria. Esa que le hizo decir a John Lennon allá por 1967 en el porche de los estudios EMI en Londres, mientras los periodistas le preguntaban de qué se trataba el Sgt' Peppers: " Si ustedes preguntan por lo que se está grabando aquí, debería ser por lo que un banda está haciendo en el estudio contiguo al nuestro. Es algo increíble". Y también recordar que "The Piper at the gates of dawn", no ha perdido un ápice de color y alucinación después de casi cuarenta años, permaneciendo aún como una obra reveladora y poderosa.

Sus breves andaduras como solista siguen en pie como el acta de fundación de todo el folk-rock intimista, enfermizo y lúdico que ha dado sentido a las carreras de tipos como Julian Cope, Robyn Hitchcock o Devendra Banhart. ¡¡¡Cuánto le deben a Syd muchachos!!!

Sus canciones, sus enormes invenciones resuenan demasiado este día en que ha partido grismente quien una vez fue un diamante loco de brillo cegante. Sí Syd, te echaremos de menos....

lunes, julio 10, 2006

Un fuera de juego que duele


Juan Pablo Rebella, co director de"Whisky", falleció la madrugada del jueves siete de julio en Montevideo. Su familia adelantó que la causa de muerte fue suicidio; supuestamente se disparó en la sien. Nada más y la verdad es que es imposible murmurar alguna palabra al respecto. Demasiado terrible, atrozmente demoledor.

Así bien a la hora de la necrológica qué se podría agregar, por ejemplo, sobre Whisky; una película simplemente colosal. Intrépida en su amarga comicidad, entrañable en la melancolía de sus personajes grises y agotados. Nunca más olvidaremos ese Montevideo otoñal, pálido, que cobijó esta epifanía de la desolación urbana en que con pulso preciso y austero cinceló una obra que nos hizo exclamar jubilosos "vaya por Dios qué bueno que alguien haya hecho una película tan reveladora aquí en Latinoamérica". Ya no más, por lo menos en lo que repecta a Rebella. Su camarada dentro de la disección del terror cotidiano, Pablo Stoll, seguramente no dejará las cosas así como así.

Rebella se fue y volvemos a esa reflexión de, qué mal pero de verdad qué mal, el arte al fin y al cabo no basta para salvarle la vida a nadie. Sin embargo, es aún reconfortante recordar esa frase heroica que alguna vez dijo Rebella para justificar su cine único en lucidez, emotividad y economía. "Hago cine para toda la gente que ya está harta de la estandarización proveniente de Hollywood y Europa". Un artista y por sobre todo un hombre sensible. Un gran pérdida, sí, una grande y tristísima pérdida.

jueves, julio 06, 2006

Stranger than Jarmusch


Creo que fue Sam Shepard el que dijo que el cine de Jim Jarmusch, así como las canciones -sobre todo las primeras- de Tom Waits y las novelas de Richard Ford, nos dan cuenta de espacios -él aludió a Nortemérica específicamente- donde se desenvuelve una casta de seres desarraigados y desesperados ocultos de la lectura diaria de las actividades humanas. Los tres artistas han desarrollado una particular predilección: tender un puente a través de la opacidad y la convención, accediendo a un microcosmos donde la absurda y concentrada belleza de las luchas cotidianas mana a borbotones.

Por favor no hables en húngaro
Stranger than paradise fue la segunda película de Jim Jarmusch y no es sólo un clásico del cine norteamericano urbano como lo son "Midnight Cowboy"" o "Taxi Driver" sino un mestizaje explosivo e inédito del devenir de los híbridos que sólo la industria del entretenimiento gringo ha sabido manufacturar. Un lúcido comentario dice que "Stranger than Paradise" parece una comedia actuada por Buster Keaton, con guión escrito a cuatro manos por Samuel Beckett y Jack Kerouac, dejando la dirección bajo Andy Warhol.

Además, su maestría radica en la comprensión excitante de vidas en los confines del mundo conocido, leit motiv per se de Jarmusch. Una hisotia de argumento y factura inauditamente simples, con una capacidad, por ejemplo, de captar el clima confuso y babélico de transplantados -húngaros residentes en norteamérica que parten de la engorrosa encrucijada de no ponerse de acuerdo entre sí sobre si se comunicarán en inglés o en su húngaro natal.

El relato se deshilvana y fragmenta, y en medio de esa descomposición surge la extravagancia de la chica que escucha por la calle en su radio portátil al loco de atar de Screamin' Jay Hawkins; la tia cascarrabias que gana todas las partidas de póker al amigo de su sobrino; o los tunantes apostadores que viajan desde la congelada y fantasmagórica Ohio hasta la cálida Florida, perdiendo todo su dinero ganado en una mano de cartas en una carrera de galgos. Son todas escenas donde la afilada y oscura comicidad es el reverso de la levedad y permanente sensación de fractura que atraviesa las relaciones de los personajes.

Si alguna vez tuvo sentido hablar de cine independiente, acerado en su enfoque hacia los escondrijos de la fauna humana, económico en sus métodos y arrobador en su resultado, Jarmusch tuvo la palabra con esta obra de profundidad aún enigmática y recompensante. Cuando el cine muestra su esencia: reconstruir con materiales corrientes un delicioso pórtico por donde la vida escape hacia nosotros.