Muchas imprecaciones, arrebatos y quizá por ahí, alguna idea que valga la pena

viernes, noviembre 30, 2007

Mister, sing it please



Escuchando Aretha y otros magníficos conversos del soul, me he percatado que este espacio ha sido mezquino con tan grande música; es algo imperdonable y no sé dónde esconder la cara.


Quiero iniciar una reivindicación acudiendo al padre: Sam Cooke. Si Ray Charles aportó la musculatura, Cooke se encargó de las melodías sublimes y la emoción de su estremecedora voz, un bálsamo muy, pero que muy necesario.


Los dos álbumes que aquí dejo para honrar su estatura son en especial gratificantes. Primero, Portrait of a Legend, una recopilación aparecida hace un par de años que recoge episodios a lo largo de trece años de carrera, incluyendo composiciones con los exquisitos Soul Stirrers. Una remasterización generosa y una edición no menos lujosa releva la luminosidad de un pionero.



La otra cita imperdible es Night Beat. Sólo cuatro días de sesiones en febrero de 1963 bastaron para crear un disco que nos atenaza el alma. Una sobria instrumentación de cuño r&b, para que sobre ésta se enseñoree la nocturna calidez de Sam y sus inagotables recursos. El repertorio elegido es idóneo, escorado hacia las baladas de tipo brokenheart.






Muchos sienten que Night Beat es el mejor elepé original de Cooke. No es poco. ¿Qué opinarán los bloggistas?




Sam Cooke Portrait of a Legend 1951-1964

Sam Cooke Night Beat 1963

miércoles, noviembre 28, 2007

Scott Walker Scott


Majestuoso. Qué manera de iniciar una de las carreras solistas más respetadas y misteriosas de la era pop. Scott Walker, el conde nocturno al cual tanto le deben Ferry, Bowie, Staples y Cave. Una orquesta imponente, dirigida por Peter Knight con gusto perfecto y versatilidad; el repertorio, otoñal e intimidante. La voz, única y sobrecogedora.

Ya es más o menos conocida la historia del impacto mayor que Scott Walker provocó en el universo pop al destapar sus ambiciones más secretas en su debut discográfico en solitario, allá por 1967. Él era una estrella pop; con los Walker Brotheres tuvo en apenas tres años los hits radiales que otros buscaban con suerte esquiva por un decenio. Un carisma interpretativo sólo equiparable al de Sinatra, y un look de ángel caído que lo puso en la mente de las quinceañeras por un buen rato.

Todo al tacho con su primer disco. Sus obsesiones afloraron: Bergmann, Camus, la decadencia y la misantropía; y la música aguantó el chaparrón de un intérprete y compositor lejos de cualquier símil posible. Se las apañaba con idéntico éxito con el folk de Tim Hardin, el Tin Pan Alley más carnoso y, la joya de la corona, con la obra de su mentor; Jacques Brel. Si las canciones de éste ya eran grandes, en la voz de Scout adquirían urgencia pop y un dramatismo delineado con clase: My Death y Amsterdam parecen el último gesto de un cínico con demasiada hiel en su boca.

La discusión sobre cuál es el álbum más redondo de los cuatro que Scott Walker publicó en los sesenta seguirá abierta. Pero lo que sí es seguro es que su asalto del 67’ muestra que él es el auténtico crooner. Punto aparte.








Scott Walker Scott 1967

martes, noviembre 20, 2007

Uf, qué contrariedad

Estimados bloggistas, melómanos y curiosos:
El servidor en el que alojé hasta hora todos los discazos que han motivado tanta palabrería clausuró mi cuenta, imagino por el daño patrimonial que implican mis "malas prácticas". Pero como la reincidencia es especialidad de la casa, buscaré algún espacio más permisivo y repondré los links lo más pronto posible.....
Cordialmente
Mastropiero

viernes, noviembre 16, 2007

El brillo de la flecha rota. Buffalo Springfield "Again" 1967


Cuando se habla de la raíces del rock estadounidense independiente de los años ochenta, siempre se apunta con trazo grueso hacia The Velvet Underground, por el lado más abrasivo, y The Byrds en las dewrivaciones del folk rock. Desde luego, varios grupos colaboraron con no menor talento brío a levantar los cimientos de los momentos más notables del folk y el country conjugados con las formas eléctricas. Lugar principal para Buffalo Springfield.

Banda de apenas tres álbumes de estudio pero inmensa influencia, a menudo son recordados como el escarceo inicial de un genio flamígero canadiense llamado Neil Young. Sin embargo, Buffalo Springfield tienen los méritos suficientes para entreverarse en lugares de avanzada por lo que pesan sus sorprendentes logros. Primero, porque aparte de la genialidad imberbe que ya mostraba Young, descollaba otro compositor muchas veces opacado y, me temo, olvidado, llamado Stephen Stills. Entre ambos construyeron ese singular sonido que mezcló el country, el folk.rock, el barroquismo y el pop, bajo la urgencia e inmediatez de adolescentes ansiosos por escribir canciones grandes.

Again, disco de 1967, es su más alta baza. Están aquí todas sus virtudes, a pesar de no ser un disco perfecto: Richard Furay, guitarrista, firma unas cuantas canciones desprolijas y aburridas. Pero, bueno, aquí hay gloria suficiente para compartir con oídos inquietos.


Buffalo Springfield Again 1967

viernes, noviembre 09, 2007

El cielo que están haciendo


Quizá al final del año no esté entre los más destacados lanzamientos de la temporada; antes aparecerán –o quién sabe, la verdad- Radiohead, Wilco, LCD Soundsystem, Arcade Fire, en fin. La perfección pop no basta para superar esa a veces excesiva fascinación por la exploración permanente.

Pero nuestro sensor pop está más alerta que nunca: Crowded House ha vuelto a abarrotar nuestro corazón, a apretarnos el alma a punta de canciones vibrantes, redondas, sublimes.

Regreso imponente es el del grupo de los hermanos Finn; han vuelto no sobre la base de recopilaciones, millones de dólares sobre la mesa de oscuros abogados -Sting y Cerati: aprendan caraduras-, sino por el deseo de hacer música juntos y quizá rendir un postrer homenaje a Paul Hester, baterista original de los Crowded, quien se suicidó en 2005.

Time on Earth, nombre del nuevo elepé, ni siquiera en sólo un buen disco del grupo neozelandés sino que –si cabe- está entre los más grandes registros de Neil y Tim Finn, a un costado de Woodface y Temple of the Low Men. Como detalle, no es cosa poca que entre los invitados del disco destaque Johnny Marr; hasta donde sabemos, su Rickenbacker está reservada para partituras de cierto espesor.

Es un álbum, Time on Earth, que recuerda el aire otoñal de esa obra grande que es Chaos & Creation in the Backyard, alumbrada por el padre espiritual de Neil Finn, Paul McCartney, hace ya dos años. Melancólico que no dramático, influido por un ánimo de cierta tristeza introspectiva, generoso en medios tiempos que se quedarán por mucho tiempo en nuestros oídos.

Un álbum que apenas conoce la irregularidad y del cual vale la pena mencionar al menos cinco maravillas: Say that again, Pour le Monde, Heaven that I’m Making, A Sigh y A Silent House. En serio: escucharlas produce el placer de la dulzura quebradiza de un grande que mira hacia atrás: Neil Finn.

Tráiganme un pastel de chocolate y que sea rápido.

Crowded House Time on Earth

miércoles, noviembre 07, 2007

A 40 años de dos discos que cambiaron la historia del rock chileno





Hace cuatro décadas, las bandas chilenas Los Vidrios Quebrados y Los Mac’s lanzaron sendos álbumes que transformaron la forma como se entendía el rock en Chile.



En el mundo del pop 1967 es un auténtico hito. La música rock obtuvo una certificación de adultez que la convirtió no sólo en un vehículo para pormenorizar la vida de un adolescente. sino también para cohesionar las múltiples inquietudes artísticas dentro de una canción de apenas tres minutos.


Eran los tiempos de la psicodelia, de los Beatles y su Sgt Peppers; de Syd Barret y Pink Floyd. Todos dando rienda suelta al delirio hermanado con el talento. Y Chile no estuvo ajeno a esta revolución.


El hombre caleidoscópico

La escena musical chilena durante los años sesenta no era terreno fértil para el surgimiento de músicos que tuviesen en el rock una alternativa estética. La Nueva Ola acaparaba la atención mediática, el gusto del público y, por sobre todo, una industria discográfica a su completa disposición.


Hacia 1963, en Valparaíso se formaba una banda que reunía a dos hermanos: Carlos y David Mac-Iver. Influidos radicalmente por el rock & roll de los años cincuenta, Los Mac’s –nombre con el que bautizarían su grupo- comenzaron a tocar en distintos eventos secundarios o universitarios que se realizaban en la zona.


Al mismo tiempo, en Santiago, el músico Willy Morales estaba particularmente deslumbrado al escuchar el tema Love me do de los Beatles. Por entonces, Morales se las apañaba como tecladista y compositor en uno de los grupos de la Nueva Ola más reconocidos, Alan y Sus Bates, quienes tuvieron entre su batea de éxitos, la archifamoso Difícil, muy difícil. “Tenía claro que ya no podíamos seguir haciendo esa música y se lo comenté a los muchachos: Los Beatles cambiaron mi manera de ver las cosas. Lamentablemente, nos iba muy bien y ellos decidieron seguir en lo mismo así que tuve que iniciar una búsqueda por otros lados”.


Junto con el baterista de la agrupación, Erick Franklin, contactan a los hermanos Mac-Iver quienes se habían trasladado a Santiago. Los cuatro congenian en cuanto a gustos e intenciones y comienzan a construir un repertorio basado en temas de los Beatles, Rolling Stones, Kinks y otros números de la época. Se convierten, al poco andar, en la banda más exitosa de la incipiente escena rock. Llegaban a vender 300 copias de sus elepés cada fin de semana en sus recitales en el barrio alto de la capital.


Sin embargo, Los Mac’s sienten la pulsión por grabar un álbum propio, con canciones originales en que puedan infiltrar su renovado estilo. “Le propusimos al director del sello RCA, Hernán Serrano, grabar un disco a nuestra pinta, con un nuevo sonido y él nos dio la autorización para hacerlo, ya que sabía que con el éxito que teníamos nos iría bien de todas formas”, recuerda Morales.


Es así como surge “Kaleidoscope Men”, una de las obras musicales de mayor envergadura salidas de nuestro país. Los detalles de la grabación dan cuenta de un proceso inédito en vista de su ambición. Tres meses de disponibilidad de estudio, la contribución de músicos de la orquesta sinfónica, fueron parte de las prebendas con que contó el grupo.


Eso sí, Morales advierte que no fueron pocos los inconvenientes tecnológicos que tuvieron que enfrentar. “En Chile no existían clavecines, un instrumento que usaban los Beatles, por lo que le pusimos tachuelas a un piano y así imitamos la sonoridad”, puntualiza.


El álbum vendió una buena cantidad de copias, a pesar de lo cual, su rotación radial y repercusión periodística fue bastante menor. ¿Y qué motivo esta empresa? El haber oído meses antes el primer disco de una nueva banda santiaguina que les mostraba un camino de total independencia.


Rompiendo el cristal


El grupo que sacó a los Mac’s de su sensación de confort, fueron los Vidrios Quebrados, un conjunto formado en las aulas de la Escuela de Derecho de la Universidad Católica. Su líder y guitarrista, Héctor Sepúlveda, junto a Juan Enrique Garcés iniciaron la búsqueda de otros dos compañeros que compartieran la pasión por la música inglesa y tuviesen ganas de armar una banda: el llamado fue respondido por los universitarios Cristián Larraín y Juan Mateo O’Brien.


Sus dificultades en disponer de instrumentos y equipos de mínima calidad no fueron obstáculo para que se destaparan como un acto explosivo en distintos festivales de la época. El productor del sello Odeón, Emilio Rojas, los convoca y les ofrece grabar un primer disco single. “En un principio rechazamos la propuesta. Quería que nos disfrazásemos y tocáramos sólo covers; insistimos en que sólo grabaríamos cosas nuestras. Un par de días después nos llamó y nos dijo ‘está bien, ustedes ganan, graben lo que quieran”, dice Héctor Sepúlveda.


Aumentan los contratos para recitales a medida que crece su prestigio. Su irrupción incluso les granjea la dedicación de especiales radiales y actuaciones en televisión.


El paso siguiente: grabar un álbum. En sólo tres noches, Los Vidrios Quebrados dan a luz “Fictions”, una placa que expresa su particular talento volcado al beat y el folk-rock, aparte de un sofisticado manejo en sus letras, éstas a cargo de Juan Mateo O’Brien. Por ejemplo, en la canción “We Can Hear Steps” se escucha: “Podemos escuchar los pasos a través del mundo; abre bien los ojos es el giro de los tiempos”. “Quedé insatisfecho con el resultado del disco. Tuvimos tan poco tiempo y hubo partes que hubiese querido grabar de nuevo”, relata Héctor Sepúlveda acerca del proceso de grabación del álbum.


Dos discos perdidos en la bruma del tiempo –ambos son hoy casi absolutamente inhallables- pero vivos en la frescura de su vocación; dos bandas pertenecientes a una generación convulsa y que no titubearon en dejar claro que en Chile la música era posible.