Muchas imprecaciones, arrebatos y quizá por ahí, alguna idea que valga la pena

martes, mayo 22, 2007

Tomorrow 1967


Fueron una apuesta grande de la psicodelia británica. Compartían el espacio del club UFO junto con los Floyd de Barret y Soft Machina y sin embargo su nombre sólo hoy luce como un poderosa y efímera banda, sobrepasada por un tremendo talento.

Tomorrow tuvo en sus filas a Keith West, un compositor que auguró ser el próximo geniecillo en Inglaterra y que a fin de cuentas sólo nos deparó el álbum aquí reseñado y algunas canciones de alto vuelo grabadas como solista. El resto del grupo, un guitarrista virtuoso pero aún no majadero –disculpas a los seguidores de Yes- llamado Steve Howe y un batería que poco envidiaba al majareta de Keith Moon, hablamos de Twink. Por último, un aplicado bajista de nombre John Wood.

Tomorrow estuvo muy cerca de ser el grupo de rock elegido por Michelangelo Antonioni para aparecer en la icónica Blow Up. Es más, ellos alcanzaron a registrar dos temas que acompañarían la banda sonora de la película. Bueno, algo sucedió y Antonioni decidió darle paso a los Yarbirds quizá por su mayor prestigio y espectacularidad quedando las canciones guardadas hasta nuestros días siendo rescatadas por el fenómeno de las reediciones.


Otro hito en la corta pero enjundiosa existencia de la banda fue su notable presentación en el símil inglés del Monterey Pop Festival –más esnob y menos hippie- , el 14 Hour Technicolor Dream, celebrado en el Alexander Palace londinense en abril de 1967. Una actuación sobresaliente que los llevó a la sala de grabaciones de la mano de un contrato con EMI.

Cierto es que el disco homónimo de Tomorrow no ofrece nada nuevo a la palestra de sonidos disponibles en aquella época, pero es simplemente una obra sin fisuras, de canciones vitales y gráciles que siempre recordarán el lado más cáustico del Revolver de The Beatles y su apuesta más sónica. Un deber, desde luego.

Tomorrow 1967

martes, mayo 15, 2007

Pronóstico: absolutamente despejado


What a day for a daydream, decía John Sebastian de los Lovin Spoonful hace ya más de cuarenta años. Y ante la expectativa inmensa de un nuevo disco de Wilco, que hoy ha sido satisfecha, no queda otra que lanzarnos al ensueño. No es asunto secreto el que Wilco sea una de la agrupaciones que tira con mayor énfasis y autoridad del carro, cada vez más destartalado, del rock.


Desde que en 1996 la cabeza de Jeff Tweedy se destapara en un disco miembro de una división escasa, donde solo se pueden contar al Exile on Main Street de los Stones y el Manassas de Stephen Stills, no hemos podido salir del asombro. Un bloque donde todas la músicas norteamericanas utilizadas en la era pop descansaban en canciones demasiado precisas e inspiradas como para hablar de un registro de los noventa. Eras los tiempos de Being There, ese mazacote increíble.

Y el camino posterior fue ejemplar. Vino Sumerteeth, su gran distinción en el pop, y dos álbumes que serán recordados por muchísimo tiempo: Yankee Hotel Foxtrot y A Ghost is Born. En pocas palabras, Wilco probó con estos elepés su capacidad inapelable de generar canciones extraordinarias independientes que su estructura y estética se fracturase y replantease pista tras pista, con resultados siempre gratificantes.

A tres años de la conmoción provocada por A Ghost is Born, Wilco ha preparado un nuevo asalto a su propia gloria y regresa a su ortodoxia y canon.

¿Reiteración, falta de ideas? Rotundamente, no. Sky Blue Sky es un retorno a casa después de un viaje doliente pero recompensante por parajes espinosos; se consigue sabiduría, con mayor calma a cuestas y con una sagacidad propia sólo de los que han sido puestos a prueba en el límite.

Es difícil escuchar en alguna otra parte canciones tan trémulas y emotivas como las que Wilco infiltra en su nueva obra. Están, claro, los recuerdos del Harvest de Neil Young, de las primeras andanzas de The Band, de McGuinn y sus Byrds más reconcentrados; hasta algo de Álbum Blanco con dirección Lennon, que nunca les ha faltado. Y es Jeff Tweedy quien teje con lana dorada este precioso paño.

Clásico, notable. Madera genial



miércoles, mayo 09, 2007

Canto que ha sido valiente


Una autobiografía a cargo de un músico pop es cuestión para andarse con cuidado. Megalómanos, simplones, cursis, falsos; son muchos los pecados y vanidades en que pueden incurrirse. Al cabo de leer Verdad Tropical, la autobiografía de Caetano Veloso, sólo resta levantarse y agradecer a punta de vítores el extraordinario –una vez más- trabajo del músico bahiano.

Un texto que, por sobre todo, está construido desde la sinceridad y que echa mano de la erudición necesaria y jamás sobrante en pos de reconstruir la travesía valiente y luminosa del movimiento tropicalista.

Es también, qué deleite, una introducción magnífica en la historia de la música popular brasileña. Nos consta nuestro amor por los sonidos del coloso sudamericano pero qué poco sabemos sobre sus grandes artistas, sus decenas de estilos y matices; las anécdotas de sus leyendas.

El movimiento tropicalista, así se desprende del libro, tuvo poco de accidental y sí mucho de discusiones en que se les iba la vida, ocupación callejera, maridaje musical y un consumo “antropofágico” de todos los estímulos socioculturales que llegasen a manos de Veloso y sus condiscípulos, como Gilberto Gil y Tom Zé, entre los más reconocibles.


Queda claro además el valor inmenso que Caetano da a sus colegas. El reconocimiento generoso a contemporáneos que, sin seguir su derrotero artístico, ofrecieron una panoplia singular y bella como Jorge Ben y Milton Nascimento.

Verdad Tropical es un texto fundamental para quien quiera navegar a través del desarrollo de la cultura popular durante los años más álgidos y fascinantes del siglo XX; las vanguardias; el arte en un Brasil en permanente contradicción y sufriente bajo el yugo de una dictadura; la eclosión del arte pop; poesía y cine. Una narración entusiasta y rigurosa encarnada por un artista que desde hace mucho está citado a la mesa de los gigantes.

jueves, mayo 03, 2007

The Who Sell Out 1967


Emblema Mod. Representantes de jóvenes virulentos y de facha fantástica. Desde el 65 The Who construyeron su espacio como una banda impresionante: música de energía incalculable en comunión íntima con sus rabiosos seguidores.

Después de dos álbumes rotundos, habiendo convertido a My Generation en el monumento que sigue siendo, llegó Sell Out en 1967. Un álbum que mostró que Pete Townshend estaba destinado a ser uno de los grandes compositores de los sesenta.

Fue su primer atisbo de obra conceptual, pero no por esto la obra fue ensombrecida por la verborrea y la pesadez: Sell Out no pierde en ningún minuto su gracia y encanto.
El propósito del disco era, primero, homenajear a las radios London y Luxemburgo, emisoras clandestinas que transmitían la música más caliente de la época y gracias a las cuales muchísimos adolescentes de la isla, incluyendo a Pete, tuvieron un aprendizaje musical encomiable. De aquí, los graciosos jingles que entrelazan una canción con la siguiente.

También estaba la autoparodia reflejada en la maravillosa portada del disco. Todos posando en el papel de superestrellas del pop ofreciendo sus caras para promocionar productos dirigidos al joven consumista: Townshend y el desodorante Odorono; Keith Moon usando crema anti-acné Medac; Daltrey y los porotos horneados -¡¡¡¡recomendados para desayunar!!!!- Heinz; Entwistle a cargo del Charles Atlas.

En fin, no es poco probable que este álbum sea la obra más inspirada, vigorosa y carismática de cuántas firmaron estos cuatro mosqueteros del ruido y las canciones mayúsculas.