Muchas imprecaciones, arrebatos y quizá por ahí, alguna idea que valga la pena

miércoles, noviembre 22, 2006

Legañosos y pulgosos

"La raza, eso que tú llamas así, es solamente esa gran pandilla de gente mísera como yo, legañosos, pulgosos, ateridos, que han acabado aquí perseguidos por el hambre, la peste, los tumores y el frío, llegados tras ser vencidos de los demás rincones del mundo. No podían ir más lejos por el mar. Pues eso es nuestra nación y esos son nuestros compatriotas".


Cuesta mucho hablar con claridad mediana de las cosas que realmente apasionan, de las que hacen a uno sentir un aturdimiento único. Viaje al fin de la Noche, la colosal novela de Louis Ferdinand Céline, no dejará de trastocarlo todo una y otra vez.

Su grandeza, la cual Céline no podría igualar con sus obras posteriores muchas de éstas excelentes, reside por sobre todo en un abordamiento sobrenatural ya no de la decadencia humana, sino como develación de una tristeza y extravío eternos deparados ante la ausencia de belleza mundana o espiritual.

La singularidad de Viaje al Fin, sus magníficos logros, no están -como en toda gran novela- en su argumento. La trama es simple y se repite en muchos libros de corte existencialista. Un periplo por los sitios más hostiles en los que pueda estar el hombre: guerra, hambre, miseria, corrupción moral. Situaciones límites. Lo hizo Camus, lo hizo Oé. Narrar una corte de horrores con tono dramático o enajenado.

El énfasis y estilo de Viaje al fin... y de su protagonista, Bardamu, es cosa diferente. Febril, salvaje, carente de embozos literarios, de retórica calmante. Cínico, despiadado, grosero, gutural, Céline escribe en un tono que ya da por descontado que la batalla se ha perdido. No desea mostrarnos el lado oscuro de la humanidad sino por el contrario constata que la base de nuestra existencia, de la modernidad en que nos desperezamos, está corrompida irrevocablemente.

Deben ser poquísimos los textos que pueden ufanarse de generar carcajadas tan estridentes como "Viaje al Fin..." para dos renglones abajo estremecernos frente a una escena de desamparo devastador.

Ferdinand Bardamu tiene algo en común con el desgarro melancólico de Holden Caulfield, del Guardián entre el Centeno. Ambos está profundamente heridos por la pérdida de sentido, una marginalidad escéptica fruto de las pocas muestras de benevolencia, belleza y honestidad que pueden encontrarse en el mundo. Puede que esta sea la principal fuente de la amargura monstruosa que subayace bajo cada línea de la obra maestra de Céline y tal vez una de las contadas novelas que sobrevivirá al fuego del tiempo.

viernes, noviembre 17, 2006

Al toque de bajo, favor rendirse

Los setenta no estaban nada mal después de todo. Si le sacamos un poco el cuerpo a la petulancia del rock sinfónico y al hard rock como la música definitiva del estómago -uh, Grandfunk y esas guitarras que suenan como un ventilador en medio del trópico-, quedan cosas pero que muy sugerentes. Una de éstas fue lo que a algún reportero, imagino, se le ocurrió llamar pub rock. La inclusión del término pub se relaciona, al parecer, conque los grupos afincados en esta etiqueta eran unos auténticos roedores de escenarios y privilegiaban desplegarse sobre las tarimas de tabernas londinenses.

En la música, todo residía en seguir fiel al canon beatle y echarle una mirada penetrante al country rock norteamericano, ora The Band, ora Grateful Dead y, por qué no, la diáspora de Crosby, Stills, Nash & Young.

De aquí, del pub rock, salieron chicos listos; entre los aventajados, Nick Lowe. Con sus adorables Brinsley Schwarz mantuvieron a tope durante el primer lustro de los setenta el emblema de una música vigorosa, refinada y con muchas de las mejores cepas pop made in england.

Tiempo después Nick Lowe sería ya un nombre mayor en la música popular. Productor encomiable -se encargó de los debut de Pretenders y Damned, entre otros- y se despachó un par de discos simplemente perfectos e inagotables fuentes de perspicacia y buen gusto.

Aquí está Nick con Brinsley Schwarz, en una actuación de 1973 promocionando su entonces reciente álbum "Nervous on the Road". La canción "Surrender to the rhythm". Era que no.

jueves, noviembre 09, 2006

My kingdom for a pop song


Añoranzas de pop, de grandes canciones, de estribillos exultantes; de melodías imposibles de sacarse de la cabeza por mucho tiempo.

¿Habrá alguna vez algo parecido, por ejemplo, a Motown Records?

Un sello regentado por un patán con buen gusto, Berry Gordy, desbordado de compositores notables, intérpretes escalofriantes y, bueno, canciones fulminantes dispuestas a ganar la eternidad.

No viene a cuento volver a hablar de los sesenta, de la singularidad de la materia o conjunción cósmica que la llevó a convertirse en la década más grande del siglo XX y, de paso, dejar a los años siguientes como épocas de claroscuros.

Ya que nadie se ha dignado a guardar células con el ADN de Diana Ross, Lamont Dozier, Smokey Robinson o de Stevie Wonder, aquí los dejo con una de las joyas de la corona: The Supremes y su Stop! In The name of love de 1965. Mi reino por una canción de pop como ésta.

jueves, noviembre 02, 2006

In God We Don't Trust

Hay gente que tiene pésimas costumbres. Sobre todo aquéllos que se refocilan con saña y placer oscuro en la mofa de los traspiés del prójimo; los llaman irónicos, sarcásticos. Construyen un estilo a fuerza de vituperar con intrepidez y crueldad nuestras zonas más débiles y frágiles.

En fin, la burla superior, a la que todo espécimen sardónico apuesta, es habérselas con el Todopoderoso, el Creador del cielo y de la tierra y saldar con Él varias cuentas pendientes.

En el pop hay, cómo no, grandes y agudos cronistas de estopicios humanos y de los terrenos cenagosos de la fe. Traigamos a Morrissey y su sentencia "and the church who'll snatch your money.... and the church all they want is yor money". Y Randy Newman en esa canción a ritmo de big band llamada cuan apropiadamente "God's Song (That's Why I Love Mankind)". Recordemos un par de versos puestos en boca del maltratado Jehová:

"Man means nothing, he means less to me than the lowliest cactus flower or the humblest Yucca tree
He chases round this desert'
Cause he thinks that's where
I'll beThat's why I love mankind".

O los que siguen que no están nada mal:

"I burn down your cities-how blind you must be
I take from you your children and you say how blessed are we
You all must be crazy to put your faith in me
That's why I love mankind
You really need me
That's why I love mankind".

Certera declaración de principios.

Pero quizá por sobre estos ejemplos de ateísmo musical se yerga la cancion que Andy Partridge compuso junto a sus nunca suficientemente bienamados XTC, allá por 1986 como parte de Skylarking, una de sus no pocas obras maestras. Cómo olvidar esa frase "Did you make mankind after we made you?". La Trinidad se las vio negras con feligreses tan rencorosos como éstos.
Queda con ustedes Andy Partridge, el predicador caído.


XTC - Dear God