Muchas imprecaciones, arrebatos y quizá por ahí, alguna idea que valga la pena

martes, octubre 24, 2006

El terror de recordar


"A veces pienso que nuestra presencia aquí responde a una pifia cósmica, que estábamos destinados a otro planeta, con otras disposiciones, otras leyes y otros cielos más torvos. Intento imaginar el sitio que nos corresponde, situado en un rincón remoto de la galaxia que gira y gira. Y los que estaban destinados a estar aquí, ¿se encuentran allá afuera, desconcertados y nostálgicos como nosotros? No, seguro que se han extinguido hace mucho tiempo. Es imposible que esos delicados terrícolas sobrevivieran en un mundo creado para albergarnos a nosotros".

La frase es de Frederick Montgomery, un asesino que en su alegato frente al tribunal evoca su estropeada y desconcertante existencia sin afán de justificar sino tan sólo argumentar el nudo vital que desencadenó su derrumbamiento. La novela, el Libro de las Pruebas; el escritor, John Banville.

¿Qué hace Banville? No poco. Sus novelas, sus magníficos textos se ejercitan en el colosal y monstruoso acto de recordar, de apelar a todos los asuntos, detalles, personas, situaciones que -bajo manto espectral- han delineado la caída de un hombre. Sí, porque el punto de partida en John Banville es el descrédito, la supuesta culpa que aqueja a un hombre en una situación límite, a veces un asesinato otras la senectud crapulosa.

En Banville, merecidamente ganador del Booker 2005 por The Sea, se conjugan las virtudes más descollantes de la literatura europea en lengua inglesa. Cinismo, crueldad, impiedad consigo y con los otros, precisión mortífera; y también se hace lección de las zonas más oscuras del ser humano; el remordimiento, la traición, el oprobio, el escepticismo.

Por ejemplo ahí está "El Intocable". Víctor Maskell, esteta reputado, cae en la desvergüenza al destaparse su pasado como doble agente del Imperio Británico y de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. De allí en más se abren las puertas hacia las catacumbas más escabrosos de una singladura determinada por la frustración permanente, el ansia de poder político, la homosexualidad, las traiciones cercanas, las penurias familiares. Maskell dice que no se puede traicionar algo en lo que no se cree y actúa en razón de esto.

Se habla de Banville como de un novelista hermético, poco accesible. Más que otra cosa, el irlandés no da tregua, agobia desde un principio y a lo largo de sus novelas con la exquisitez deslumbrante de su meticulosa pluma y, sobre todo, por ese clima misterioso y amortajado de decandencia estoica, asumida desde el patetismo irrevocable de la caída y del dolor único, extraordinario, de recordar. Un grande de nuestro tiempo.

miércoles, octubre 18, 2006

Go, Go, Chuck Go!!!

De alguna manera todos le debemos algo a Chuck Berry. Ciertamente no estaría escribiendo en este blog, hablando de las cosas que aquí menudean, si él no hubiese publicado Maybelline allá por 1955.

Sin su viroso aporte quizá el rock & roll hubiese nacido cojo y jorobado y tal vez se habría demorado demasiado tiempo en dinamitar el globo terráqueo. Vale, Elvis era mejor intérprete y poseía un encanto sensual negado a Chuck. Sí, y Gene Vincent era aún más salvaje que Berry, o Little Richard decidididamente más peligroso. Bueno, pero el alma mater de todo este cuento, quien dio forma final a esta bendita revolución fue nuestro querido y siempre malas pulgas Chuck Berry.

Aquí con uno de sus alumnos predilectos, quien afirmó en un documental en honor a su maestro que él, Berry, fue, es y será el rock & roll. Y cuáles son sus favoritas comensales, ¿Johnny B Good? ¿Carol? ¿You never can tell? Feliz cumpleaños Chuck y no sueltes la guitarra ni para ir a la cocina. Ni se te ocurra.


miércoles, octubre 11, 2006

Ritos de Sacerdotisa

Pensándolo bien, Nina Simone es algo así como el eslabón perdido, o más bien el cruce perfecto entre Ella Fitzgerald y Aretha Franklin. Tiene la estirpe clásica de la primera, eminentememte jazzística, pero ya se aventura en las inflexiones souleras y exhuberantes de la segunda. Bueno, es una extraordinaria y única intéprete, señoras y señores.

Aquí se las apaña con material de altísimo calibre, tomado del Porgy & Bess de George Gershwin; letras gruesas de la música popular norteamericana del siglo pasado.

A sacar los pañuelos, no queda de otra.



Nina Simone - I Love You Porgy - 1962

jueves, octubre 05, 2006

Canciones Peregrinas

Para ser un mito en esto de la música popular hay que cumplir requisitos de rigor. Muerte abrupta y a temprana edad, muchos excesos, carácter depresivo, en fin, un martirilogio despampanante. La música sola no basta.

Bert Jansch es aún un maravilloso secreto guardado, quizá no en el reino Unido pero sí fuera de sus confines, a pesar de que es en toda regla uno de los músicos más importantes y consistentes de ls música popular inglesa.

Es simplemente el mejor intérprete folk aparecido en las campiñas bretonas; su insoiración, su bella y límpida búsqueda de la tradición -y además qué guitarrista madre mía- ha influido en gente como Neil Young, Jimmy Page, Donovan -recuerden la dedicatoria de Bert's Blues- y Nick Drake, sólo para enumerar a sus alumnos más aplicados.

Como si no bastase con una carrera solista ejemplar, Jansch compartió honores con el magnífico colectivo de Pentangle: un híbrido orgánico de jazz, blues y reminiscencias celtas. En los gloriosos sesenta, Bert fue capaz de maravillarnos con sus austeros y juglarescos discos solistas y paralelamente insuflarle vida a Pentangle.

Aquí va una espectacular toma de una actuación de 1968 de Pentangle. Tributo a Bert Jansch, genio y figura.



Pentangle - Travelling Song

lunes, octubre 02, 2006

De Jerome David, con amor y sordidez

Y la historia dice que primero hubo una familia. Varios hermanos, padre, madre, todo lo que se acostumbra. Pero un día de muchos, Seymour, hermano mayor del clan, sube a la habitación del hotel que comparte con su mujer, durante unas vacaciones en Florida, y se vuela la tapa de los sesos con un revólver. El Big-Bang salingeriano. Y al igual que en la física cuántica, nuestra labor ha sido y siempre será indagar en todos los minutos anteriores al acto pavoroso de Seymour, con el solo fin de saber qué pasó, por Dios, que pasó.

Leemos los libros de J.D Salinger –el mito más grande de la literatura del siglo XX-, sus apenas cuatro libros, para rastrear en las causas de esa latente y hermosa descomposición emocional de los Glass. Un absoluto e inexplicable instinto de muerte que, como nubarrones otoñales, va cubriendo el derrotero de novelas únicas en retratar la belleza desvaída del estrago vital de un adolescente, de un hombre joven que decide hacerse a un costado.

Se diría que El Guardián entre el Centeno, la primera novela de J. D Salinger, señala en lo grueso sus pretensiones: un joven de intensísimo mundo interior enfrente la pérdida de sentido de su entorno, su inmenso naufragio y la soledad que le depara el no poder encajar dentro de nada. Resultado final: locura.

De aquí en más, entrarían en escena los Glass. Con el manual de uso que significó El Guardián entre el Centeno, podemos llamar a la puerta de la nuestra querida familia. Escudriñar en sus ritos, en sus momentos más íntimos y domésticos, en sus secretas tristezas y frustraciones, en los talentos sorprendentes de cada uno de los niños; pero siempre el acercamiento implica un ahogo, una desesperanza latente provocada por el acto final de Seymour.

Sin embargo, en todo Salinger hay también un arrobamiento intemporal provocado por el júbilo de la infancia y la pubertad; esa creación de un mundo propio como reacción a una hostilidad metafísica, que pareciese estar aquí desde el principio de los tiempos. Y con melancolía inobjetable, leemos y leemos, no sabiendo aún por qué algo, o más bien todo, nos hace tendernos en una sensación plácida de deriva.

Desde la renuncia de Jerome David a continuar contándonos la vida de los Glass, quizá por pudor, dolor o vergüenza, quién diablos sabe, las diáspora glassiana se disemina por doquier. En el cine de Wes Anderson, en las novelas de Jeffrey Eugenides, en el Julius de Bryce Echenique, hay indicios de que los Glass están más cerca nuestro de lo que creemos.

¿En qué andará Buddy? ¿Qué le habrá pasado a Franny? Uh, qué desconsuelo. Desde que los Glass se retiraron definitivamente de la escena, no hemos conocido a nadie a quien podamos encomendarle que salga a buscar un caballo en su lugar, en su único y extraordinario lugar. Así sea.