Muchas imprecaciones, arrebatos y quizá por ahí, alguna idea que valga la pena

miércoles, junio 28, 2006

Patanes con clase

Ser un individuo voluble, de compromisos inconstantes, con una capacidad agudísima de evadirse de los sitios incómodos y poseedor de una no menor destreza para quedar mal parado amén de la veleidosidad y egoísmo de sus decisiones, encaja casi absolutamente con la definición de patán. Si a esto le sumamos que el aludido tiene problemas severos para enfrentar sus tareas diarias, con abordar eficaz y trascendentemente sus obligaciones, es que ya no es sólo un patán sino un perdedor. Perdedor ya es casi un concepto fabril: es quien no alcanza los estándares -que nadie sabe quién impuso- de regularidad, intachabilidad aparente y logros que un hombre normal debiese conseguir en un contexto de oportunidades medias. A esto se agrega que los años contemporáneos veneran la eficiencia, el éxito y otros adjetivos como optimizar, o temas tan raros como la reingeniería. Ante esto el patán perdedor es una pecualiridad nefasta.

El romanticismo de la irresponsabilidad
Sin embargo, este nominal tipejo guarda dentro de sí cierto extraño encanto, incluso un anhelo romántico libertario y de tomarse las cosas con calma, cuestión que puede llegar a ser tremandamente seductora. La divertidísima novela de Michael Chabon "Chicos Prodigiosos" nos habla de un caso de "perdedor" con talento apreciable para desbaratar todo lo que se encuentra a su paso. Graddy Tripp, profesor de literatura y alguna vez gran promesa literaria gracias a un par de novelas bien reseñadas, vive o más bien sufre la desmesura e incontinencia de una novela en la cual ha trabajado durante quince años y todavía no puede terminar; ha acumulado más de dos mil páginas en un manuscrito ya ridículo, lleno de giros cada vez más forzosos e insólitos. Durante este tiempo su carrera docente se ha estancado y su vida sentimental se ha derrumbado ya tres veces gracias a sendos divorcios. Frente a esta exhibición de confusión e inconsistencia se revela un gesto de innegable humor y buen gusto: cada vez que Tripp se ve apremiado por incidentes a cada cual más absurdo y terrible no hace más que liar un porro de marihuana, se sienta en el asiento delantero de su auto y lo fuma con parsimonia y relajación completas.

He aquí el secreto de ser un patán con clase. Ante el derrumbe de una vida completa, sólo se debe tomar asiento, beber un trago y fumarse un cigarrillo de tabaco o marihuana, conocer el secreto del fracaso y mirarlo con amigable indiferencia. Ponerse por encima de la mediocridad propia y asumirla como una condición más de independencia que de humillante abandono de la suerte. La ventaja de ser un pobre diablo.

Las manzanas de Cézanne

Otro retrato, era qué no, de grandiosa derrota, es el de Isaac Davis -alter ego de turno de Woody Allen en Manhattan. Davis está frustradísimo por una carrera como guionista televisivo entrampada ya sin ideas y una pretensión de novelista incumplido hace ya tiempo . Su ex esposa publicará un libro en que exhibe con especial mala leche sus intimidades y, además, debe soportar un atentado a su virilidad al saber que aquélla ahora es una lesbiana declarada. Davis anda con una quinceñera y comienza, al mismo tiempo, una relación con una periodista neurótica e insegura. Telúrico panorama que en algún momento doble la mente del tambaleante Davis. Ahí lo vemos en un momento inolvidable de muchos en la película, tendido -ad portas de poner su cuello en una soga colgada de la viga- en un sofá enumerando las razones que le permiten seguir viviendo. Las manzanas de Cézanne, Marlon Brando, Bach, los ojos de Tracy -la adolescente que ama y engaña al unísono-, son los reconfortantes motivos por los que seguirá perpetrando estropicios. Ejercicio de caradura autoconvencido, de notable elegancia y capacidad redentora.

I´m Dude man

Cuesta recordar un patán más entrañable que Dude Lebowski. En la película de los hermanos Cohen "The Big Leboswki", Dude -hippie y vago honorífico- se involucra en una historia de cine negro contemporáneo delirante, provocado por el equívoco de tener el mismo nombre que un millonario paralítico casado con una actriz porno. Dude, varias veces enfrentando un destino incierto y oscuro, resulve no alterar su ejemplar intinerario cotidiano: juega a los bolos con sus camaradas, entre ellos un ex combatiente de Vietnam con la azotea como rayador de papas, y fuma un pitillo de marihuana sobre el desvaído tapete de su casa mientras escucha una cinta de Creedence Clearwater Revival.

Si hay algo que aún nos atrae de figuras que están al borde del fiasco permanente, esto es su aplomo. Ya han sabido prescindir de la jurisprudencia social que subyuga a muchos. Cuando su propia inoperancia los ha llevado al descalabro, dan la cara pierna arriba a sus críticas colisiones con la realidad y con declaraciones de principios siempre soprendentes y memorables. Take it easy man forever.

lunes, junio 19, 2006

Geniusvisions


El soul, ese milagro rítmico, heroico y febril, que un buen día se le ocurrió parir a un señor de señores llamado Sam Cooke, tuvo en Stevie Wonder y -con el permiso de otros señeros bastiones- a su último y más ambicioso genio.

Si durante los años sesenta, gente como Aretha Francklin, Otis Redding, James Carr y James Brown se dedicaron a moldear un género que escupía incansablemente pasión, entrañas y elegancia a partes iguales, la consumación de Stevie Wonder como hombre-obra a partir del comienzo de los setenta, supuso la transformación definitiva de un género que expandió sus alcances hasta los confines de la música popular.

Si hay alguien dentro de la música afroamericana que pudo guardar parangón con la gesta de Stevie, ese es Miles Davis. Al igual que su partner llevó el jazz a beber de las fuentes del rock, Wonder construyó una visión del soul que ética y estéticamente renovaba en el punto justo una música que de no ser por él hubiese sucumbido a la autoreferencia y a un anquilosamiento decadente.

Los trucos del pequeño Stevie.
Ya es historia conocida que a los once años Stevie Wonder ya asombraba con sus trucos musicales y que Berry Gordy, regente del corral Motown, no demoró un tris en llevarse al chiquillo a su factoría discográfica. Jugada maestra. Los hits que Little Stevie donó a su codicioso jefe fueron al menos quince durante la década y pusieron a Little Stevie como un generador fulminante de joyas pop, pero permaneciendo aún como una cara amable con un talento que estaba a puntos de ebullir y destapar la olla.

La música de mi mente
La motivaciones de Stevie, su denodada búsqueda, sus profundas convicciones políticas produjeron el quiebre con Motown en 1970. Wonder no era The Marvelletes ni The Supremes: quería tener el control de sus álbumes y de su mensaje, por lo que de ahora en más produciría sus discos independientemente y vendería sólo los derechos de distribución al desde luego iracundo Gordy. La travesía posterior es el notable relato de una expresión de brillantez y suprema capacidad casi única en la música popular. A continuación tres discos que marcan la hoja de ruta de Wonder durante su época dorada.


Music of My Mind 1971. Y se hizo la luz y Wonder vio que era bueno.....

La intro patea y fuerte. Pulso de funk, fuzz, vocoder y sintetizadores. Loving Have you Around muestra que esto tiene olor a Rubber Soul; dejamos el negro y nos vamos al technicolor. Wonder inicia el juego con su paleta donde caben con soltura inaudita el gospel, la psicodelia, el pop FM, el soul estándar, Hendrix, Hancock y McCartney. Aturde que tras todo un amasijo de experimentación haya canciones tan sólidas y conmovedoras como la que cierra el álbum "Evil".







Innervisions 1973. El Karma de venir del Ghetto.
Es una aberración y herejía imperdonable no citar "Talking Book" pero no hay problema en poner la cabeza. "Innervisions" es y será la obra maestra absoluta de Stevie. Llevándolo a terrenos dylanianos si Music of My Mind es "Bringing it all Back Home", Innervisions es "Highway 61". Testamento de estilo y concepto. "Living for the city" ya muestra que Wonder no tiene miedo de declararse un activista pro derechos civiles de sus "brothas" por medio de un funk retorcido y quemante. "Higher Ground", otro superéxito, fija su creciente afiliación espiritual -aunque los suspicaces han visto en eso de alcanzar el piso más alto una referencia no tan velada al uso de drogas alucinógenas. No debió ser raro que muchos le preguntasen qué fumaba por entonces al toparse con surcos como éstos. Disco reformista y rupturista que, como de costumbre dejó la vara muy alta a quienen quisieron seguir sus enseñanzas. Música musculosa hasta debajo de las cejas.



Songs in the Key of Life 1976. Con afán de encilopedista
Su despedida del Olimpo tenía que ser a lo bestia. Discos doble, 21 canciones, en una suerte de todo lo que quiso escuchar de Stevie Wonder y nunca se atevió a pedirle. Están todos los asuntos: el romanticismo ingenuo pero honesto, las reyertas raciales, la decandencia del ghetto, la confianza divina. Y están todas las caras del genio. Su pop edulcorado pero jamás sin sofisticación; saludos al jazz fusión; soul y funk con ingredientes pop. No dijo nada nuevo así que sólo alcanzó a entregar un disco perfecto.

jueves, junio 15, 2006

Musicosis: fase terminal del melómano


Cortázar escribió por ahí que uno de los momentos más excitantes en su vida, cuando se mezclaron en su cabeza sensaciones de suspenso, ansiedad y expectación notables, era pasar por una disquería, pedir un disco, ponerlo en el tocadiscos -para ver de qué va la cosa- y escuchar esos diez segundos más o menos que anteceden al inicio de una obra musical.

Una idea certera, aunque quizá a más de alguno le cueste tomar el hilo. Ese instante tiene una doble lectura. Primero, como melómanos ya nos sentimos en un terreno seguro e impermeable. Estamos fuera de la realidad, de la realidad entendida como ese amasijo desagradable y bullicioso donde, lamentablemente, pasamos la mayor parte de nuestra existencia. Allí están nuestros trabajos, nuestras filas para pagar la luz, el teléfono, nuestras discusiones personales, nuestros constantes deslices en el patetismo, nuestro choque a fin de cuentas con la mole hostigosa y muchas veces gris de la vida cotidiana. La música, sin embargo, libera la carga. Sella nuestro cuerpo y sentidos de esa amenaza; nos protege. Y de aquí parte la segunda lectura de la idea cortazariana: en ese preludio silente nos entregamos con una confianza, esperanza y alto ánimo como solo en el sexo y la amistad se puede hallar disposición parecida. La suerte está echada para nosotros y solo queda envolverse en el deleite, escalando a través del calmante vital que es la música.

Se puede escuchar música en esa intimidad solemne e imperturbable bajo una mancuerna de fonos, apreciando los matices, los leves cambios, la progresión instrumental, la voz que penetra las carnes. Y también, sí, qué necesario es, se puede enfrentar la música con volumen alto, como pulsión tribal, agitadora y en último término, combativa.

Oyente empedernido
¿En qué se diferencia un melómano de un auditor promedio? El melómano vive a través de la música, de su construcción, de su historia, de sus posibilidades, de sus colosales alcances. Puedes no saber siquiera tocar un Mi mayor en la flauta dulce, pero no estarás impedido para nada de obtener una emoción simpar con el trascurrir de un pasaje musical.

Todo el mundo tiene canciones preferidas y artistas de cabecera. No obstante, su apreciación de la música se circunscribe a ciertos momentos de ocio, labores domésticas o encuentros sociales. Lo primero es la reunión familiar, el asado con gente cercana, el bautizo o el aseo del living; después viene la música como un artefacto por añadidura, un telón de fondo como quien dice. Se pone música del mismo modo que la dueña de casa elige los mejores cubiertos para el almuerzo del domingo.

El melómano es intransigente, cómo no. Está enfermo de musicosis y su obsesión insana lo distancia de los otros. Avanza el melómano furibundo con su "balón de oxígeno" a través de las cosas chocando una y otra vez con la incomprensión generada por algo que es a todas vistas patológico pero que es su única posibilidad de habitar en el mundo. No desistirá por nada.

La música es un bastión, un lenguaje que permite orientarse y evitar o al menos posponer al naufragio definitivo. Nos eleva y dignifica como seres sensibles al acceder al único acto trascendente del hombre: crear belleza y entregársela a sus congéneres.

El filósofo rumano E.M Cioran escribió, en uno de sus contadísimos descansos del asco y el pesimismo, que si hubiese sucumbido a todos los encantos que la música obró en él con gusto habría perdido la razón. Se habría chalado víctima de musicosis. Esto último de la musicosis es licencia mia.