Musicosis: fase terminal del melómano
Cortázar escribió por ahí que uno de los momentos más excitantes en su vida, cuando se mezclaron en su cabeza sensaciones de suspenso, ansiedad y expectación notables, era pasar por una disquería, pedir un disco, ponerlo en el tocadiscos -para ver de qué va la cosa- y escuchar esos diez segundos más o menos que anteceden al inicio de una obra musical.
Una idea certera, aunque quizá a más de alguno le cueste tomar el hilo. Ese instante tiene una doble lectura. Primero, como melómanos ya nos sentimos en un terreno seguro e impermeable. Estamos fuera de la realidad, de la realidad entendida como ese amasijo desagradable y bullicioso donde, lamentablemente, pasamos la mayor parte de nuestra existencia. Allí están nuestros trabajos, nuestras filas para pagar la luz, el teléfono, nuestras discusiones personales, nuestros constantes deslices en el patetismo, nuestro choque a fin de cuentas con la mole hostigosa y muchas veces gris de la vida cotidiana. La música, sin embargo, libera la carga. Sella nuestro cuerpo y sentidos de esa amenaza; nos protege. Y de aquí parte la segunda lectura de la idea cortazariana: en ese preludio silente nos entregamos con una confianza, esperanza y alto ánimo como solo en el sexo y la amistad se puede hallar disposición parecida. La suerte está echada para nosotros y solo queda envolverse en el deleite, escalando a través del calmante vital que es la música.
Se puede escuchar música en esa intimidad solemne e imperturbable bajo una mancuerna de fonos, apreciando los matices, los leves cambios, la progresión instrumental, la voz que penetra las carnes. Y también, sí, qué necesario es, se puede enfrentar la música con volumen alto, como pulsión tribal, agitadora y en último término, combativa.
Oyente empedernido
¿En qué se diferencia un melómano de un auditor promedio? El melómano vive a través de la música, de su construcción, de su historia, de sus posibilidades, de sus colosales alcances. Puedes no saber siquiera tocar un Mi mayor en la flauta dulce, pero no estarás impedido para nada de obtener una emoción simpar con el trascurrir de un pasaje musical.
Todo el mundo tiene canciones preferidas y artistas de cabecera. No obstante, su apreciación de la música se circunscribe a ciertos momentos de ocio, labores domésticas o encuentros sociales. Lo primero es la reunión familiar, el asado con gente cercana, el bautizo o el aseo del living; después viene la música como un artefacto por añadidura, un telón de fondo como quien dice. Se pone música del mismo modo que la dueña de casa elige los mejores cubiertos para el almuerzo del domingo.
El melómano es intransigente, cómo no. Está enfermo de musicosis y su obsesión insana lo distancia de los otros. Avanza el melómano furibundo con su "balón de oxígeno" a través de las cosas chocando una y otra vez con la incomprensión generada por algo que es a todas vistas patológico pero que es su única posibilidad de habitar en el mundo. No desistirá por nada.
La música es un bastión, un lenguaje que permite orientarse y evitar o al menos posponer al naufragio definitivo. Nos eleva y dignifica como seres sensibles al acceder al único acto trascendente del hombre: crear belleza y entregársela a sus congéneres.
El filósofo rumano E.M Cioran escribió, en uno de sus contadísimos descansos del asco y el pesimismo, que si hubiese sucumbido a todos los encantos que la música obró en él con gusto habría perdido la razón. Se habría chalado víctima de musicosis. Esto último de la musicosis es licencia mia.
5 Comments:
Muy interesante tus palabras. El melómano en esa fase no sólo sufre la incomprensión social, sino también el desgastes de sus oídos y recursos económicos.
A propósito de melomanía, podrías darte una vuelta por mi Blog.
¡Salu2 Melódicos a rabiar!
4:21 p. m.
Mientras más sensible se vuelve uno a la belleza de las artes (cada quién con su preferida), más difícil es volver la cara a la cotidianidad, después. Parece tan vulgar, tan insensata, la mierda.
Considero imprescindible que el gusto por la apreciación artística adquieran el nivel de patología que tan bien describe usted, Johann Sebastián. Esquizofrenia, no es tan mala como proyecto de vida.
10:44 p. m.
Todo iba bien...hasta que J.S. Mastropiero dice "Se pone música del mismo modo que la dueña de casa elige los mejores cubiertos para el almuerzo del domingo", cosa que me molestó un poco, ni tanto...pero un poquillo.
Pero luego (en comentario de e.salgado),eso de que después de las artes, la cotidianidad "Parece tan vulgar", hizo que volviera al comentario anterior (de los tenedores, etc etc) con más cariño...
Viva la musicosis (cantada a ritmo de ballenato, ese de lo más vulgar que hay...)
Grande Mastropiero!
¿tienes botellas para envases suficientes para La Estrella 2006?
12:43 a. m.
Esto de la musicosis es raro. Uno a veces con la música tiene ciertas actitudes que sólo se realizan en la más estricta intimidad y ni siquiera, salvo alguna excepción, los grandes amigos tienen acceso a ese secreto. Y no es que sean cosas terribles, si no sólo una que otra costumbre que para el común de los mortales puede parecer rebuscada y maníaca. Yo, por ejemplo, cada cierto tiempo me da por algunas canciones, las que meto juntas en un cd como mp3 y las escucho todas las noches antes de acostarme hasta que, pasados algunos meses, ya me cansan y dejan de producirme esa necesidad imperiosa de escuchar. Así, le doy el pase a nuevas obsesiones musicales. Grabo otro cd.
Saludos,
P.
1:20 a. m.
Estimado usuario anónimo, me refiero a eso de los tenedores precisamente porque considero que mucha gente toma la música sólo como un bien casero que opera, al igual que un spray ambiental, para mejorar las condiciones de una reunión social, por ejemplo. Es una crítica no mi sentir sobre la música claro está
9:49 a. m.
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