Legañosos y pulgosos
"La raza, eso que tú llamas así, es solamente esa gran pandilla de gente mísera como yo, legañosos, pulgosos, ateridos, que han acabado aquí perseguidos por el hambre, la peste, los tumores y el frío, llegados tras ser vencidos de los demás rincones del mundo. No podían ir más lejos por el mar. Pues eso es nuestra nación y esos son nuestros compatriotas".
Cuesta mucho hablar con claridad mediana de las cosas que realmente apasionan, de las que hacen a uno sentir un aturdimiento único. Viaje al fin de la Noche, la colosal novela de Louis Ferdinand Céline, no dejará de trastocarlo todo una y otra vez.
Su grandeza, la cual Céline no podría igualar con sus obras posteriores muchas de éstas excelentes, reside por sobre todo en un abordamiento sobrenatural ya no de la decadencia humana, sino como develación de una tristeza y extravío eternos deparados ante la ausencia de belleza mundana o espiritual.
La singularidad de Viaje al Fin, sus magníficos logros, no están -como en toda gran novela- en su argumento. La trama es simple y se repite en muchos libros de corte existencialista. Un periplo por los sitios más hostiles en los que pueda estar el hombre: guerra, hambre, miseria, corrupción moral. Situaciones límites. Lo hizo Camus, lo hizo Oé. Narrar una corte de horrores con tono dramático o enajenado.
El énfasis y estilo de Viaje al fin... y de su protagonista, Bardamu, es cosa diferente. Febril, salvaje, carente de embozos literarios, de retórica calmante. Cínico, despiadado, grosero, gutural, Céline escribe en un tono que ya da por descontado que la batalla se ha perdido. No desea mostrarnos el lado oscuro de la humanidad sino por el contrario constata que la base de nuestra existencia, de la modernidad en que nos desperezamos, está corrompida irrevocablemente.
Deben ser poquísimos los textos que pueden ufanarse de generar carcajadas tan estridentes como "Viaje al Fin..." para dos renglones abajo estremecernos frente a una escena de desamparo devastador.
Ferdinand Bardamu tiene algo en común con el desgarro melancólico de Holden Caulfield, del Guardián entre el Centeno. Ambos está profundamente heridos por la pérdida de sentido, una marginalidad escéptica fruto de las pocas muestras de benevolencia, belleza y honestidad que pueden encontrarse en el mundo. Puede que esta sea la principal fuente de la amargura monstruosa que subayace bajo cada línea de la obra maestra de Céline y tal vez una de las contadas novelas que sobrevivirá al fuego del tiempo.
5 Comments:
Céline es una patada en la jeta. El viaje a Africa es una cosa alucinante. Viviendo en esa casucha de mierda y, a falta de seres humanos, enemistandose con unas cuncunas de indecible fetidez... Y el calor, y la malaria...
Nadie como Luois Ferdinand para describir episodios febriles. Esas páginas iniciales de Guignol's Band ya se las quisiera alguna película de catástrofes.
O la Nueva York de Viaje al Fin(¿Era Nueva York, cierto?) Con esos restaurantes mierdosos. Las escenas de sexo en Muerte a Crédito.
Queda la sensación que Céline veía en el ser humano a una manada de marranos hambrientos, sudorosos y zopencos a más no poder.
¿Le agarró la celinemanía de nuevo Johann? ¿O no había dejado de padecerla, sino que había dejado de hablar de ella?
3:22 p. m.
Sí, mi buen Ernesto, de nuevo me agarró por los huevos la celinemanía. No quiero leer otra cosa. Todo parace amanerado y falso al lado de Ferdinand y su boca podrida
1:10 p. m.
estos cabros estudian literatura.
yo en cambio leo examen de grado de ayala y compruebo una vez más que los tipos de la zona -en quienes confiaba cuando era adolescente perdido en higueras- eran unos niños ricos con triztesa intruseandole la biblioteca a papá.
10:16 a. m.
tristeza*
10:16 a. m.
Perdón, ¿alguna vez existió eso de la zona de contacto? Creo que no
5:20 p. m.
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