De la vida de un típico joven inglés llamado Alex
El primer ministro irrumpe en la habitación del hospital. Aquí yace el joven descoyuntado e inmóvil, pero aún le basta con su boca para descontrolar su entorno y escupir polvorines. Es hora de hacer un acuerdo; la opinión pública exige culpables y demanda la caída de unas cuantas cabezas. El primer ministro, viejo zorro y político de olfato finísimo, sabe que Alex es su única salida.
El otrora despreciable crminal, ahora mártir, celebra la alianza con el poder. Una vez más la élite gobernante acoge, acepta y reivindica esa marginalidad suspicaz y dañina. La violencia y la disfunción serán permitidas porque quien las produce conoce los engranajes del sistema y sabe cómo hacerlo volar por los aires. Una sociedad corrupta entre el poder y el maldito.
El único pretexto que poseo para hablar de "A Clockwork Orange" -Stanley Kubrick, 1971- es, además de la incredulidad que produce una película tan pero tan magnífica, es que por estos días se cumplen 35 años desde su estreno mundial.
Como siempre con Kubrick, al ver una película suya, uno siente un aturdimientio importante. Pasan demasiadas cosas frante a nuestros ojos, pero uno es incapz de codificarlas con mediana lucidez sintiéndonos incómodos por ese tonelaje de cine presionándonos la nuca.
En su momento se la calificó de distopía, o sea una sociedad futura indeseable, pero es cada vez más evidente que es una película de una modernidad y exactitud proféticas, mostrando una sociedad indefensa frente a un tipo de violencia centrífuga que se genera ya no en la precariedad o el despojo, sino en seres desequilibrados burgueses que escuchan Beethoveen. La cultura no limpia sus espíritus sino que refina la ferocidad del demente.
Kubrick, haría lo mismo en The Shining tiempo después, utiliza una serie de técnicas, como el uso del gran angular, con el fin de entregar la sensación asfixiante de un mundo frío y catedralicio, donde el color se impregna en las cosas como laca radioactiva.
La música con el sintetizador Moog, a cargo de Wendy Carlos, espeluznantemente sofisticada, ejemplificando con un modo casi vodevilesco la grotesca pesadilla.
La novela de Anthony Burgess, valga decirlo, carecía de ese nihilismo rampante. Inclusive, en el texto Alexander resuelve regenerarse definitivamente. Elipsis que para Stanley debe haber sido innecesaria y poco real.
También se nos muestra una sociedad mediatizada hasta la indecencia, enfermiza, voluble y miserable. Traiciona y redime la maledicencia; exige culpables y otorga clemencia al mismo tiempo.
No olvidemos a Malcolm McDowell y el que fue el papel de su vida. Debió someterse a un intenso tratamiento psicológico después del colapso al que fue llevado por las exigencias del papel y del desalmado Kubrick. Como anécdota se cuenta que en una las grabaciones, McDowell sufrió un corte de cuidado en su ojo. Ante esto, Kubrick le dijo escueto "ok, te enfocaré el otro ojo".
A Clockwork Orange es una película que nos hace creer que el cine es simplemente el único arte que quedará en pie para dar cuenta de la caída del hombre. Pero la verdad es que era Stanley Kubrick el único hombre capaz de aquello.
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