Muchas imprecaciones, arrebatos y quizá por ahí, alguna idea que valga la pena

jueves, marzo 30, 2006

Woody y su década perdida, (o no le pongan tanto por favor)




Esperamos Match Point, la esperamos con ansias. Llegarán finalmente en mayo y ya imagino alguna comitiva importante de allenianos acercándose a las salas de cine para medir las fuerzas de la última obra de los antejos más interesantes del cine. Hay muchos enigmas que conocer: el tipo se fue de Manhattan abandonando su eterno parque de musas y se mudó a Londres; según se rumorea ya estaba harto de lo problemas para conseguir financiamiento y, conjeturo solamente, Nueva York ha sido ultrajado, ensuciado y el celuloide no puede seguir proponiendo esa belleza citadina, lúcida y de suculento romance que despiertan todas las películas de Woody Allen, sobre todo sus magnus opus como "Annie Hall", "Manhattan" y "Hanah and her sisters".

Woody Allen se ha ido a filmar a Inglaterra y todo involucrará un acontecimiento y una revelación. Match Point, se cuenta, es un filme oscuro -que quizá lo emparente con esa cintas menores pero dolientes y necesarias como Otra Mujer y Septiembre- . Además, está protagonizada por una musa en su cénit, Scarlett Johanson -alcanzando los mismos niveles de perturbación que Hitchcock con sus tres rubias: Kelly, Hedren y Leigh. Se ha rodeado por lo demás de actores ingles, rigurosos, dotados, profesionales que obran en roca todos lo ángulos propuestos por el neoyorquino. Para todos, está claro: es el regreso definitivo de Woody Allen desde el letargo. Su mejor película en nada menos que quince años, poniendo como fin de sus años buenos a "Hubsbands and Wives". Porque si Match Point ha sido alabada sin ambages, en consencuencia sus obras anteriores -su corpus de los noventa y los primeros años de la nueva década- ha sido vilipendiado y rebajado de diversa formas: "agotado", aburrido", predecible", "en el ocaso".

Esas películas olvidables

Los noventa fueron un década terrible para Woody Allen. Su vida personal fue exhumada vulgar y patéticamente. Se averiguó haste el último detalle de sus tropelías amoroso-familiares. Mia Farrow lloró mucho y en público; aún recordamos esa asquerosa noche de domingo en algún año a fines de los noventa en que la desvergüenza llevó a Mía ha ventilar sus problems caseros frente a Pedro Carcuro-. Se le juzgó de pedófilo, degenerado, y se le obligó a llevar sobre sus hombros un destierro moral insólito. Con semejante animadversión y sobreexposición su cine no tuvo tranquilidad para fluir con la grácil ligereza de siempre y lo sentimos cansado y agobiado. El mundo le hacía la vida de cuadros.


Dando la pelea
A pesar del panorama desolador, Woody Allen no se retiró a ninguna parte y siguió filmando como a él le gusta, a paso furibundo: a ritmo de una, a veces hasta dos, películas al año y -es algo que vale la pena mencionar- no firmó aunque muchos así lo crean o esperan y creo que nunca lo hará, un bodrio al que uno dé vuelta la espalda y que su obra resienta como un tropiezo descomunal. Claro, hubo películas que estarían a un tris de tildárselas de mediocres. Según mi opinión, "Deconstructing Harry" y "Small Time Crooks". La primera, opaca y fláccida, la última un regreso formal a la comedia sin la chispa y la kinesis de antaño.


Un puesto en el canon
Pero las hubo muy buenas. "Manhattan Murder Mystery" sigue siendo un deleite en su cruce de cine negro y comedia marital-vecinal. Qué decir de "Mighty Afrodite", con la gozosa adaptación del coro de las tragedias griegas a la actualidad y esa prostitura notablemente interpretada por Mira Sorvino. La historia de Emmet Ray en "Sweet and Lowdown" en clave de documental ficción, como coda de verbena e incluso más cálida de esa tomadura de pelo genial que fue Zelig. Sean Penn está aquí tan brillante como en "Mystic River". ¿Por qué no podemos deleitarnos nuevamente con "Celibrity", incluyendo quizá el mejor elter ego de Allen intepretado por otro actor, a cargo esta vez de Kenneth Branagh inmiscuido dentro de un pútrido mundo decadente, frívolo y aburrido a partes iguales?

Y antes que todo, "Bullets over Broadway" y el nunca gastado conflicto desternillante de un pobre diablo con ambiciones de guionista, sin talento y arribista a quien lo salva -miren ustedes- la notable capacidad narrativa de un truhán mafioso. Una relectura de "Sunset Boulevard" que a Billy Wilder le hubiese encantado.

Lo que sí cambió durante estos años es el alcance de la artesanía alleniana, sus ambiciones. Woody fue durante estos últimos años un cineasta costumbrista sin más pretensiones argumentales. No se las quizo ver más con conflictos dostoyevskianos y morales; no quiso deconstruir más la esencia de su ciudad-mundo, ni tampoco hincarle tanto los dientes a los avatares amatorios con sus siempre entrañables y volubles amantes que, no obstante sus palabras de hastío, necesitan seguir dando cuerda al juego.

Lo que no cambió es que Woody no ha dejado de crear personajes deliciosos, de otorgar a sus cintas un don de amabilidad, de elegancia, de profunda vitalidad y romance. Sus películas siempre han estado fuera de una línea temporal reconocible y siguen habitando un mundo fabulesco : todas las obras de Allen pueden pertenecer a cualquier año. Él ha cumplido a cabalidad el principio de que el cine es capaz de encapsular al espectador y trasladarlo a un mundo ignoto pero mucho más exquisito que en el que vivimos día a día y de veras que cada vez necesitamos más despegarnos de lo que hay fuera de la sala de cine.

Gustosos cumplimos nuestro papel de Cecilia, dejando nuestro trabajo en la cafetería y nuestra vida rutinaria, para ir a ver una y mil veces la misma cinta donde Tom Baxter nos embruja y apasiona. Y seguiremos, seguiremos, seguiremos.... Una de las frases más apropiadas que he leído sobre "nuestro hombre en Manhattan (o en Londres, o en París, o en Combarbalá)", es que, decía un crítico, puede ser menor pero nunca prescindible. Woody te necesitamos.

1 Comments:

Blogger Ernesto Salgado said...

Me parecería excesivo decir que “la crítica mata a las artes”, como escuché alguna vez no se a quién. Pero si me parece que la estupidez y la irresponsabilidad falta el respeto a los artistas de una manera francamente asombrosa.

“Decadente”, le oí a Passalacqua para referirse a lo último de Woody Allen. Mucha prensa especializada se refiere a él de la manera en que usted tan bien cuestiona en su artículo, Johann Sebastián.

Ocurre a mi entender, que un vicio espantoso se apodera de la manera de hacer crítica. Tal vez impulsado por ese ritual pornográfico de marcar el nivel de una obra cinematográfica con un número determinado de estrellas, muchos profesionales del ámbito se han dado a la tarea de acercarse a las películas con la actitud de un profesor receloso y detallista. Desde su cubículo, se refiere sin siquiera arrugarse a la obra de un cineasta de importancia capital para el cine de la segunda mitad del siglo XX, como quien evelúa el rendimiento de un equipo de fútbol de primera B. Que ha bajado, que no es lo de antes, que no da pie con bola. Ponen la lápida y se persignan. Los de la prensa escrita, hasta hacen gala de ingenio narrativo. Sacan frases sarcásticas y comentarios inteligentoides.

La obra completa de un cineasta como Woody Allen –o de cualquier artista honesto, para este caso- sobrepasa la visión estrecha y la evaluación simplona de la última película que hizo. Desde Take the Money and Run, hasta Match Point, Allen no sólo no ha firmado bodrios, sino que tampoco ha filmado en contra de lo que su interés como artista y su inquietud como ser humano lo han dictado. Ahí donde a usted recela de Deconstructing Harry (que bien se puede asimilar al enjuiciamiento público del que fue objeto por esos entonces), conozco a alguien que la adora, y no estoy hablando de camaradas allenianos, sino de alguien que ve películas nada más. Ahí donde usted disfruta con Mighty Aphrodite, hay otro que muere de aburrimiento de puro escuchar nombrarla. Pasa cuando un cineasta ya prueba que puede concebir una idea, una propuesta estética o narrativa, y llevarla a cabo con eficacia aceptable (Woody confiesa siempre encontrar mejor la idea que concibió, a la película terminada). En esos casos, la buena o mala aceptación de la película, pasa por el interés de quien la ve, con la idea que se le propone. Es el fin último del arte. Al menos a mi pobre entender. No es una disertación temerosa ante una audiencia que decide si el expositor se va o no por el caño. No es tampoco la declamación arrogante de un ídolo ante una masa de seguidores genuflexos. Es la comunicación de un ser humano con otro, a través de la belleza.

En ese sentido, la llegada de una nueva película de Woody Allen, es como la visita de un ser querido. A veces llega medio latero, a veces más bueno para la talla, a veces intenso y lúcido. ¿Espero el estreno de Match Point con más ansiedad que Small Time Cooks?. ¡No! La visita del tío Woody del norte siempre es igual de alegremente bienvenida. Sólo me alegro de que el viejo esté bien y tapando bocas a diestra y siniestra. Lo que me va a demostrar con Match Point, ya lo dejó clarito antes de que yo naciera.

8:12 a. m.

 

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