Costello no desempacó ni los calzoncillos
Amigos, les habla Johann Sebastian Mastropiero de visita en Chile. Llevo poco tiempo aquí pero mi primera impresión fuerte, para nada agradable debo decir, es la funesta suerte que mi querido compañero de armas Elvis Costello, músico inglés sinmpar que, incentivado por su señora fijó fecha de concierto en este lugar, donde realmente el diablo perdió el poncho.
Lamentablemente, el concierto se canceló porque no más de 150 personas compraron entradas para el concierto. En términos de opinión pública, la información no provocó mayor batahola. Primero porque a pesar de lo tremendo que es Costello, de su trayectoria impecable, multiforme en lo musical, líricamente superior y con una puesta en escena de una solidez aplastante, en Chile sus dimensiones de alcance son misérrimas.
Esto no debe de extrañar considerando el consumo cultural avergonzante bajo y de nivel simiesco que se patente por aquí. Una bruma idiotizante que ha paralizado las aspiraciones y posibilidades de tener acceso a bienes culturales de primer orden que den al país el auténtico sello de nación evolucionada y con al menos atisbos de buen gusto.
Costello no pensará siquiera volver a poner a Chile en su bitácora y, su descarte, se suma al de otros potentes músicos que, desilusionados por la pobre respuesta de público -Rolling Stones- o aterrados con las conductas barbáricas del aficionado chileno -Nick Cave y los centenares de escupitajos que cayeron en centésimas sobre su rostro- jamás pensarán en Chile como algo más que un sitio de bellas atracciones turísticas pero con un pueblo obtuso y en serio peligro de pérdida de masa encefálica
1 Comments:
¿Es Chile un país melómano?
Que los estadios se llenan para los conciertos, se llenan. También las salas de cine han demostrado ser un negocio más que rentable, y para qué decir la piratería de libros. “Para que no se ande diciendo que en Chile no se lee”, dice mi tía Chayo.
Pero el punto que ataca aquí el amigo Mastropiero es inquietante. Si bien el chileno parece estar dispuesto a desembolsar sin miramientos en música, cine o literatura; da la sensación que es más producto de una compulsión consumista que de una necesidad de saciar un paladar artístico (más o menos tosco, da igual). Y ni siquiera estamos hablando de “consumidores de cultura” como se dice peyorativamente hoy en día. Si no que parecen más bien insaciables “consumidores de hueveo”. Si no, basta ver qué tipo de libros estamos pirateando (es mucho mejor termómetro que el ranking de los diarios, créanme), qué películas se están trayendo y cuántas leyendas monumentales del rock, han pasado por Chile y han recibido menos atención mediática y de público que los cumpleaños de Juanito Yarur.
En la escena clímax de La Comunidad del Anillo”, Boromir le jura su lealtad más allá de la muerte a su soberano Aragorn. “¡¡Ay, maricona!!” gritó cerca de mí un grupito de pelotudos. La concurrencia reía a gritos mientras el showman lanzaba besos al aire y arrojaba otras frasecillas dejando la sala pasada a las chelas que metió de contrabando.
Ir a un concierto masivo, según explican los expertos, es una oportunidad de oro para ponerse a bailar cerca del escenario y arremeter pélvicamente a las sobreexcitadas adolescentes que, al calor de sus hormonas hacen la vista gorda ante el hecho que entre su ídolo musical y el perro callejero que se sobajea contra su delicioso traserito, hay una diferencia dolorosamente abismal.
Una fila de dos horas a pleno sol en la estación Mapocho. Esperando mi oportunidad para dejarle un clavel rojo a mi querido Gato Alquinta, me dejó en compañía de una abigarrada fauna de ignorancia y gilipollez sin límites. Sobresalían los ordacas con cara de vendedor de Chocopanda que vociferaban cosas como “Le dije al culiao que no chapoteara sin flotador” y ¡¡Ja, ja, ja, ja!!. Exlpotaban en carcajadas algunos. No se si la broma hacía referencia a alguna metáfora sobre la homosexualidad o sobre el uso del condón, o simplemente era una talla fome. Por otro lado estaban las viejas que no sabían cuál era el muertito, y preguntaban a los vendedores de fotos, a quién era a quien estábamos esperando saludar. A veces la necesidad de ver a un famoso es tanta que vale la pera esperar dos horas. Incluso si el susodicho está en incipiente estado de putrefacción. Esos son pelos de la cola.
Se podrá decir que mi comentario es sesgado, obtuso, falaz, desordenado o que tengo la amplitud de miras de un caballo de carrera. Pues bien...
¡¡La Camilita no me pesca, así que estoy furioso y la vida me tiene hasta los huevos!!
7:43 p. m.
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