El amor y otros estupendos crímenes
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Y antes que pase más tiempo y lo que se diga en estas líneas parezca aún más extemporáneo y poco agradecido, la muerte de Lee Hazlewood merece un par de reflexiones.
Implacable. Hazlewood fue un genio y eso se manifestó en algo demasiado simple e inalcanzable : sin su aporte la música pop norteameicana hubiese rengueado por las calles provocando lástima.
En su bizarra mente, el country, el folk y hasta el tin pan alley se imbricaron en una mezcolanza siempre exquisita, a veces estrafalaria y otras dulcemente vampiresca. Fue algo así como un Johnny Cash con menos Jesucristo y más whisky; o un Leonard Cohen de espíritu carnavalesco.
Sus maneras de crooner, nunca descompuesto y siempre sugerente. Autor de canciones que se las ingeniaron para destilar una excitante mezcla de lujuria fastuosa y refinada decadencia.
Y, esperemos que esto pase rápidamente, su nombre ha sido a lo largo de los años más conocido que su música, ésta muchas veces dispersa, inhallable y disponible solo en registros de pésima calidad sonora.
Cómo no despedir con todos los honores a un tipo cuya obra no sufre mella en su singularidad magnífica. Tengan a bien esta recopilación que representa los momentos más luminosos de Lee por allá en los sesenta. Esas botas sí se hicieron para caminar y muy fuerte.
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